jueves, octubre 27, 2011


Lo único que había de poético en mi barrio estaba dentro del cementerio. La tumba de Pizarnik. Por lo tanto acudía a ella seguido. Además parecía que era la única persona a la que le interesaba lo que a mí. Eso mejoró nuestra relación, le leía sus poemas y también a Rimbaud, Artaud, Alfonsina, Whitman y Rubén Darío. Llegué a ir a verla todos los días. Me escuchaba. Era natural, ella no hablaba, solamente se limitaba a escuchar. Una fría tarde de otoño me comí todas las flores que nacían de su tumba y volví a mi casa. Me sentía raro, sombrío. Lo hacía siempre que podía. Cuando llovía me acostaba en el mármol y la acompañaba. Me enamoré de ella. Ahora me visita en sueños y algunas madrugadas viene a mi taller y se queda en silencio.